El argentino reafirmó su reinado en la escena urbana con un show eléctrico que combinó introspección, euforia y una conexión inquebrantable con su público.
Duki durante su concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona
El show arrancó con “Nueva Era”, una declaración de intenciones. Las pantallas vibraban, las llamaradas marcaban el ritmo y el público —desde la primera fila hasta lo más alto del recinto— no tardó ni un segundo en entregarse. Duki apareció en escena con su habitual mezcla de confianza y humildad, repartiendo barras, saltos y sonrisas entre canción y canción.
A lo largo de la noche, el argentino navegó entre distintas etapas de su carrera. “Ameri”, su más reciente proyecto, sirvió como hilo conductor para una primera parte más introspectiva, donde no faltaron temas como “Constelación” —acompañado virtualmente por Lia Kali— o “Rockstar”, que recordó por qué su figura va mucho más allá del trap: Duki ya es cultura popular.
Pero el clímax llegó, cómo no, cuando el show se tiñó de “modo diablo”. “Goteo”, “Malbec” y “Sin Frenos” con Eladio Carrión pusieron al Palau patas arriba. El suelo temblaba, las luces estroboscópicas dibujaban un infierno elegante y el público reventaba en saltos. La química era total; cada “ey” de Duki encontraba su eco multiplicado por veinte mil gargantas.
Tras un breve descanso para tomar aire, el artista cambió el tono y se sumergió en su faceta más emocional con temas como “Antes de perderte” y “No me llores”, donde la multitud se balanceó entre flashes y móviles en alto. Fue un respiro antes del caos final.
La recta final fue pura adrenalina: “Hitboy”, “Givenchy” y “She Don’t Give a Fo” cerraron una noche apoteósica que culminó con “Hello Cotto”, himno absoluto que dejó el Palau en llamas.
Antes de despedirse, Duki agradeció una vez más a su público catalán por el cariño y la constancia desde su primera visita en 2018. “Barcelona, los amo con todo mi corazón”, gritó, visiblemente emocionado. Y el público le respondió con una ovación que hizo retumbar las paredes del Sant Jordi.
Porque si algo quedó claro anoche, es que Duki no necesita invitación: Barcelona siempre tendrá una llave esperándole.

