Deseo, añoranza y reggaeton
Quevedo anoche en el Palau Sant Jordi - Arnau Beltrán
Desde los primeros acordes, el ambiente era denso. Letras que evocan deseos ocultos, nostalgias poderosas, reproches del despecho y ecos de un romanticismo juvenil se entrelazaban con un reguetón melódico imposible de ignorar. Quevedo, con esa voz gruesa y sin adornos de autotune, se movía por el escenario como si danzara una memoria emocional, como si cada paso fuera una confesión en vivo.
Una experiencia colectiva que rompió el escenario
No fue un concierto al uso: fue una experiencia colectiva. El Palau no fue auditorium, fue un hogar donde cada bramido colectivo, cada salto y cada grito de “¿Queeeeeeeedate?” (ese que faltó en la puesta, según se comenta) se sintió como un latido compartido. El escenario ubicado en medio de la pista reforzaba esa cercanía, esa sensación de estar frente a un ídolo que, sin pretensiones, te ve a los ojos.
Quevedo no faltó a su cita de hits ni sorpresas. Desde los himnos del álbum Buenas noches —como “Kassandra”, “Chapiadora.Com” o “Halo”—, pasando por guiños al pasado con “Still luvin”, “TUCHAT” o colaboraciones en directo: “Guaya” y “Preñá” con Lucho RK desde Las Palmas. Y, por supuesto, los imprescindibles “Columbia”, “Quédate” o “Buenas Noches” resonaron con una potencia arrolladora.
Quevedo no era un performer lejano; era uno más ahí dentro. Esa colocación escénica tan natural —donde el público se sentía parte del show— convertía cada canción en algo íntimo y multitudinario al mismo tiempo. Música hecha de piel, de miradas cruzadas, de energía compartida..
Detrás del espectáculo está el artista convertido en fenómeno. A sus 23 años, Quevedo ha sido moldeado por batallas de freestyle, canciones virales, colaboraciones globales (como la sesión con Bizarrap que lo catapultó al estrellato) y dos álbumes que han marcado tendencia: Donde quiero estar (2023) y el exitoso Buenas noches (2024). El álbum reciente debutó en el número uno en España, superando a pesos pesados como Raphael o Kendrick Lamar. Además, las entradas para Barcelona se agotaron en menos de una hora y se ampliaron dos noches.
Anoche, Quevedo no solo dio un concierto; se doctoró en Barcelona como lider absoluto de una generación que busca en la música autenticidad, ritmo y emoción sin filtros. El Palau Sant Jordi explotó en euforia, en recuerdos aún calientes, en un ritual colectivo donde reguetón y sensibilidad se abrazaron sin reparos.